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El lenguaje silente —una introducción—

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Todos sabemos lo que es y ha sido la influencia de los 
ee.uu. en el mundo entero, así como la decadencia del Imperio Americano de la que se ha hablado tanto. En esta pequeña introducción a su libro The silent language1 Edward T. Hall, The silent language, Nueva York: Anchor Books, 1973. Traducción y adaptación al español de María del Pilar Montes de Oca Sicilia. —que habla sobre cultura, lenguaje y comportamiento humano—, el doctor Hall se adelanta a su tiempo para explicarnos cómo los conceptos de espacio y tiempo varían de una nación a otra y por qué los norteamericanos no son queridos en el resto del mundo.

A pesar de que ee.uu. ha gastado miles de millones de dólares en programas de ayuda internacional, esto no le ha permitido ganarse ni el afecto ni la estima del resto del mundo. En la mayoría de los países, los estadounidenses son cordialmente odiados; en el resto, se les tolera.

Las razones de esta deplorable situación son muy variadas y muchas de ellas están más allá de las posibilidades que tiene el país de cambiarlas o corregirlas. Pero, por desagradable que le parezca al norteamericano común y corriente, que está lleno de buenas intenciones y de generosidad natural, es un hecho que la mayor parte de la animadversión hacia nosotros ha sido resultado de la manera en la que nos comportamos.

Como nación somos culpables de un gran etnocentrismo. En muchos de nuestros programas de ayuda exterior usamos la mano dura para copar con ellos y queremos que hagan las cosas «a nuestra manera». Consecuentemente damos la impresión de que para nosotros los extranjeros son simplemente «estadounidenses en vías de desarrollo».
 Sin embargo, este comportamiento no se debe a nuestra maldad, sino, simplemente, a nuestra ignorancia, que no deja de ser un pecado mortal en materia de relaciones internacionales.
No tenemos idea de lo que se espera de nosotros en otros países y menos aún de lo que le dice a la gente nuestro proceder.

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Con esto no quiero decir que a los norteamericanos nos tenga que querer todo el mundo, pero no me dejan de preocupar declaraciones como la del vocero del gobierno en la que afirma: «No importa que no nos quieran, mientras nos respeten», porque en la mayor parte de los países ni nos quieren ni nos respetan. Creo que ya es tiempo de que los norteamericanos aprendamos cómo comunicarnos de forma eficiente con otras naciones; ya es tiempo de dejar de alienar a las personas con las que tratamos y trabajamos.

Estoy convencido de que gran parte de la dificultad de tratar con otras personas nace de lo poco que sabemos de la comunicación entre culturas. En este sentido, a los estadounidenses se nos debería entrenar para realmente hablar y escribir la lengua del país al que vamos y para poder adentrarnos de lleno en su cultura. Claro, todo esto lleva tiempo y cuesta dinero, pero mientras no reclutemos y seleccionemos a nuestro personal, nos estamos depreciando a la vista del resto del mundo.

De cualquier manera, este entrenamiento en el lenguaje, la historia, el gobierno y las costumbres de otros países es solamente el primer paso. Es igualmente importante introducirnos en el lenguaje no verbal que prevalece en una nación y en cada uno de los grupos culturales de la misma. La mayoría de los estadounidenses no estamos familiarizados con este lenguaje silente, aun y cuando lo usamos todos los días.

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Más aún, no estamos familiarizados con los intrincados patrones que rigen el concepto de tiempo, espacio, las actitudes en torno al trabajo, el juego y el aprendizaje de cada cultura. Porque, además de lo que se dice con palabras, comunicamos nuestros verdaderos sentimientos con ese lenguaje silente, el lenguaje de nuestro comportamiento. Muchas veces, éste se interpreta correctamente, pero muchas otras, no.

Las dificultades en la comunicación intercultural no se ven como lo que son. Cuando no se entienden dos personas de diferentes culturas cada uno culpa al otro: «¡Es que estos extranjeros!», en su estupidez, su falsedad o su locura. Aquí presento algunos ejemplos de esto:

– A pesar de sus buenas atenciones, una misión norteamericana en Grecia estaba teniendo muchos problemas para comunicarse con los funcionarios griegos. De hecho, sus esfuerzos de negociación se veían con sospecha y resistencia por los griegos, de tal forma que los estadounidenses no podían llegar a los acuerdos necesarios para continuar con nuevos proyectos.

Después de analizar esta exasperante situación detenidamente, se descubrieron dos causas primordiales de este callejón sin salida: primera, la cualidad de ser directos y «echados pa’lante», de la cual los estadounidenses se enorgullecen, es vista como un discapacidad por los griegos; es para ellos una falta de tacto absoluta y crasa que les parece deplorable. La forma directa de los americanos de inmediato prejuició a los griegos.

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Segunda, cuando los americanos convocaban a juntas, ponían para éstas un límite de duración y dejaban las conclusiones para después, lo que era visto por los griegos como una forma de engaño, porque para ellos es importante afinar los detalles junto con la contraparte, y por eso sus juntas duran todo lo que tienen que durar. Este malentendido no dio por resultado más que una serie de juntas improductivas en la que cada parte se quejaba amargamente de la otra.

– En el Medio Oriente, los estadounidenses siempre tienen problemas con los árabes. Recuerdo a un agrónomo que fue a Egipto a enseñar nuevos métodos de agricultura a los campesinos y en un momento le pidió al intérprete que le preguntara al campesino en cuestión cuánto esperaba que su campo produjera ese año.

El campesino se puso como loco y le contestó que «no sabía». El estadounidense no sabía qué estaba pasando ni por qué se enojaba. Después, yo me enteré que los árabes piensan que cualquier persona que inquiera sobre el futuro es un loco o un tonto. Así, cuando el estadounidense le pidió al campesino su pronóstico de cosecha, este último se sintió agredido, porque pensó que el norteamericano lo estaba tachando de loco; para el árabe sólo Dios sabe el futuro y es pretencioso querer hablar sobre él.

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– Una vez entrevisté a un profesor estadounidense que fue enviado a Japón a enseñar historia de los ee.uu. 
a los profesores universitarios japoneses. El curso iba bien hasta que el estadounidense empezó a dudar si realmente los profesores estaban entendiendo sus lecciones. Como no hablaba japonés, pidió un intérprete. Después de varias sesiones con el intérprete, el profesor norteamericano les pidió a sus alumnos que le dieran un reporte de lo que habían aprendido.

La siguiente clase, el intérprete le dijo que los alumnos japoneses aseguraban que sólo habían entendido la mitad de todo lo que se había enseñado. Obviamente, el profesor se descorazonó y se sintió muy desconcertado. Lo que no sabía es que él, sin querer, había insultado a sus alumnos al requerir los servicios de un intérprete. En Japón, un hombre educado debe demostrar que habla otra lengua, en este caso, inglés. Los maestros japoneses sintieron que el profesor estadounidense los había subestimado al asumir que ellos no podían entenderlo.

Los estadounidenses hacemos tan mal papel en el extranjero que los oficiales militares tienen pánico de ser asignados a cualquier otro país. Una vez oí a un almirante retirado platicar con un
 general del ejército acerca
 de un conocido de ambos. 
«Pobre del viejo Charley:
 se quedó varado con esos
 orientales en el Lejano 
Oriente y eso fue el fin de 
su carrera».

Generalmente, 
después de una experiencia 
desastrosa como el caso
 Girard2 El autor se refiere al caso del soldado del Ejército de EE.UU. William S. Girard, que le disparó a una mujer japonesa, matándola, en 1957., que fue una 
tragedia por errores de los militares norteamericanos y también de los diplomáticos japoneses, el gobierno de los ee.uu. empieza a preocuparse en hacer algo por mejorar la calidad del personal que se encarga de llevar a cabo misiones en el extranjero. Como un funcionario del Pentágono afirmaba: «Tenemos que seleccionar a algunos que por lo menos no le disparen a todos los civiles de la localidad».

Obviamente, siempre van a existir incidentes de este tipo que no se pueden evitar, sobre todo cuando se trata de intereses norteamericanos en otros países. Pero muchos de los incidentes empeoran por la ineptitud de los estadounidenses para copar con ellos. Cuando éstos ocurren, difícilmente sabemos cómo actuar para no «echarle más leña al fuego» y nos cegamos ante el hecho de que lo que se considera un comportamiento ordinario y normal para un estadounidense, muchas veces puede ser interpretado de tal manera por los extranjeros que distorsiona nuestros verdaderos sentimientos e intenciones.

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